La biodiversidad, entendida como la variabilidad de organismos vivos y los complejos ecológicos de los que forman parte, es una de las preocupaciones más importantes que tenemos como humanidad. Y no es para menos, ya que la extinción de especies es decenas a cientos de veces más rápida en comparación con el promedio durante los últimos 10 millones de años, y la tasa se está acelerando.
Estamos erosionando los fundamentos mismos de nuestras economías, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida en todo el mundo, y los cambios se producen de una forma impredecible y con escalas nunca antes vistas.
La conclusión del último reporte de las Naciones Unidas sobre biodiversidad (1) es rotunda y escalofriante. Alrededor de un millón de especies animales y vegetales están ahora mismo en peligro de extinción. Más del 40% de las especies de anfibios, casi el 33% de los corales formadores de arrecifes y más de un tercio de todos los mamíferos marinos están amenazados. El panorama es menos claro en el caso de las especies de insectos, pero las pruebas disponibles apuntan a que el 10% está amenazado.
No solo la diversidad o pérdida de especies es impactante. También encontramos que la abundancia media de especies autóctonas en la mayoría de los principales hábitats terrestres ha disminuido al menos un 20%, sobre todo desde 1900.
El informe, denominado de Evaluación Global de la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas (IPBES ), es el primero intergubernamental de este tipo y el más completo jamás realizado. Fue elaborado por 145 autores expertos de 50 países durante tres años, con las aportaciones de otros 310 autores, y se basa en la revisión sistemática de unas 15.000 fuentes científicas y gubernamentales. Adicionalmente, por primera vez a esta escala, se incorpora el conocimiento local, abordando cuestiones relevantes para los pueblos indígenas y las comunidades locales.
En el informe se evalúan los cambios ocurridos en la biodiversidad en las últimas cinco décadas, proporcionando una imagen completa de la relación entre las vías de desarrollo económico y sus impactos en la naturaleza. La conclusión respecto del nivel de nuestra dominación como especie es que el 75% del medio ambiente terrestre y alrededor del 66% del medio ambiente marino han sido significativamente alterados por la acción humana. Además al menos 680 especies de vertebrados han sido llevadas a la extinción desde el siglo XVI y más del 9% de todas las razas domesticadas de mamíferos utilizadas para la alimentación y la agricultura se habían extinguido en 2016, con al menos 1.000 razas más aún amenazadas.
La causalidad de la problemática está clara y no debiera extrañarnos si consideramos que desde 1970 la población mundial se ha duplicado pasando de 3.700 a 7.600 millones de habitantes, aumentando de forma desigual en los distintos países y regiones; y el producto interno bruto per cápita es cuatro veces mayor, con consumidores cada vez más voraces y distantes que trasladan la carga medioambiental del consumo y la producción a regiones cercanas y lejanas.
Particularmente, el cambio en el uso del suelo que infringimos con nuestras actividades productivas es precursor de la pérdida de hábitats que deja sin lugar para vivir a muchas especies. Más de un tercio de la superficie terrestre del mundo y casi el 75% de los recursos de agua dulce se dedican actualmente a la producción agrícola o ganadera. El valor de la producción de cultivos agrícolas ha aumentado aproximadamente un 300% (tres veces) desde 1970, la cosecha de madera en bruto ha aumentado un 45% y actualmente se extraen en todo el mundo.
Aproximadamente 60.000 millones de toneladas de recursos renovables y no renovables cada año, habiéndose casi duplicado desde 1980.
Adicionalmente, la explotación directa de organismos, la invasión con especies foráneas y los impactos de nuestro consumo en la contaminación y cambio climático son causantes de la pérdida de especies. Desde 1980, las emisiones de gases de efecto invernadero (provocadas por nuestros autos, industrias y también por procesos naturales mayoritariamente en los océanos) se han duplicado, aumentando la temperatura media mundial en al menos 0,7 grados centígrados. Sin duda alguna, el cambio climático ya está afectando a la naturaleza desde el nivel de los ecosistemas hasta el de la genética y se espera que los impactos aumenten en las próximas décadas, superando en algunos casos el impacto del cambio de uso de la tierra y el mar y otros factores. Un ejemplo particular es la pérdida de corales que, debido al aumento en la temperatura en los océanos, han disminuido en un 50% en los últimos 30 años.
Los cambios que nosotros mismos hemos generado nos generan pérdidas directas y la insostenibilidad de muchos modelos de negocio. La degradación de la tierra ha reducido la productividad del 23% de la superficie terrestre mundial. Actualmente, a nivel mundial están en riesgo por la pérdida de polinizadores hasta 577.000 millones de dólares en cosechas anuales y entre 100 y 300 millones de personas corren un riesgo alto de sufrir inundaciones y huracanes debido a la pérdida de hábitats costeros.
Aunque todo pareciera perdido, el informe nos dice que NO es demasiado tarde para cambiar las cosas, pero solo si empezamos ahora en todos los niveles, desde el local hasta el global y realizando un cambio transformador. Por cambio transformador, se refiere a una reorganización de todo el sistema de organización humano moderno, considerando factores tecnológicos, económicos y sociales, incluyendo paradigmas, objetivos y valores.
Y no hay otra salida, pues las tendencias negativas de pérdida de especies continuarán hasta 2050 y más allá en todos los escenarios explorados en el Informe, excepto en los que incluyen un cambio transformador.
La transformación profunda requerida significa que es urgente desarrollar soluciones en el origen del problema. Un sistema de consumo y producción donde la naturaleza está en el centro no del problema sino de su solución.
La economía circular pretende reducir el nivel global de consumo de recursos y de producción de residuos obteniendo más valor de los recursos que utilizamos y manteniendo ese valor en la economía durante el mayor tiempo posible. Es así como la economía circular es fundamental para frenar y eventualmente detener la pérdida de biodiversidad, e incluso invertir su declive, restaurando los ecosistemas y reconstruyendo el capital natural.
La economía circular, que reconoce la necesidad de que la base productiva misma de la economía no se degrade sino se regenere, vuelca su mirada a la naturaleza misma para solucionar los problemas que como seres humanos hemos intentado en vano resolver.
Tal como señala la Fundación Ellen MacArthur, la economía circular es un enfoque sistémico de desarrollo económico, diseñado para beneficiar a las empresas, la sociedad y el medio ambiente. En contraste con el modelo lineal imperante de “tomar-hacer-desperdiciar”, una economía circular es regenerativa por diseño y pretende desvincular gradualmente el crecimiento del consumo de recursos finitos.
Es necesario señalar que, en contraste a previas políticas socio ambientales, la Economía Circular no es antagónica con las empresas, por el contrario trabaja con ellas para lograr la deseada sostenibilidad. La sostenibilidad pretende no comprometer el crecimiento y desarrollo de nuestros nietos y biznietos por nuestros comportamientos y patrones de consumo y por ende nos llama a cuidar los recursos renovables y no renovables. Es pasar una antorcha hacia el futuro que ilumina más fuerte, en vez de una cada vez más extinguida.
En el centro de la economía circular está el diseño, de productos, procesos y modelos económicos, que no dejan al azar los impactos y que por el contrario, miran hacia la naturaleza para operar en torno a sus propias reglas.
Por ejemplo, la Economía Circular nos llama a eliminar patrones nocivos de comportamiento y consumo que nos llevan a consumir cada vez más y en línea desechar cada vez más recursos y residuos. Por ejemplo, al consumir un tetrapack de leche generamos entre otros el desecho de la caja. En un primer escenario deseado la caja la podríamos reciclar y esto ahorraría valiosos recursos naturales. Sin embargo, una mejor política podría ser usar envases de vidrio para evitar el gasto de materiales y energético del reprocesamiento de materias primas. Por otro lado, la agricultura regenerativa nos permitiría producir leche con menos impactos naturales y secuestrando incluso carbono versus la producción de leche basada en la alimentación del ganado con recursos que compiten con el bosque natural como la soya.
En esta línea, la agricultura circular, al estar basada en el principio de optimizar el uso de toda la biomasa, presenta varias oportunidades para reducir residuos y el impacto nocivo que la pérdida de hábitat tiene en la biodiversidad. Hay muchas prácticas nuevas y viejas disponibles para facilitar el cambio incluyendo la agricultura circular regenerativa, la hidroponía, la acuaponía y la agricultura urbana, donde el flujo de residuos de una cadena de suministro puede ser la materia prima de otra.
Asimismo, es necesario que los consumidores demos el paso hacia nuevas fuentes de proteína. De hecho, el cambio de la dieta en detrimento de los productos de origen animal es un elemento clave para invertir la tendencia actual de disminución de la biodiversidad. Las proteínas alternativas y los productos cárnicos de origen vegetal tienen un importante papel que desempeñar en la reducción de la pérdida de biodiversidad producto de la ganadería.
Las dimensiones regenerativa y restauradora de la economía circular no se han incluido tradicionalmente en las conocidas 3R – “reducir, reutilizar, reciclar”- basadas en la jerarquía de residuos y, sin embargo, tienen un papel clave para la restaurar y proteger la biodiversidad. Las definiciones de economía circular son variadas y muchas de ellas consideran más de 3R. Por ejemplo, en la figura siguiente se presenta un modelo de economía circular que considera 6R. A pesar de lo anterior, los modelos conservan el espíritu inicial del modelo de 3R.